Haruharu|RP|Parte dos|Capitulo tres:Malos recuerdos y un anti-cupido

La escena cambió abruptamente antes de que el peliazul pudiese apartar a la chica, pasando entonces el comercial de lo que parecía ser un shampoo, pero el pelinegro no pudo prestarle atención.
Sus manos temblaban, al igual que sus ojitos, incrédulos, aún fijos en aquella pantalla que ahora parecía ser más horrible de lo que realmente era.

Pudo sentir los ojitos de su hermanita, enormes y brillantes, fijos en su rostro. Pudo notar por el rabillo del ojo que su boquita estaba abierta en una enorme "O", pero no se volteó a mirarla. En lugar de eso, sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos, su expresión volviendo lentamente a su estado natural, su ceño fruncido un poco más de lo normal, y sus dientes enterrándose por el interior de su labio inferior.

Su vista se comenzó a nublar con algo que jamás había visto antes.
Lágrimas.
Sus pies se movieron por si solos, moviéndose lentamente, dando una sensación de calma-- mientras desesperaba por dentro. Pero su Ikuto no habría querido besarla, no? Y no podía desear que desaparecieran sus fans, sería muy egoísta de su parte, sería horrible novio--
Y aún así, quería que todas y todos se esfumaran del mundo, y ser los únicos ojos fijos en su amor.

Su nombre parecía resonar a la distancia, escapando por entre los labios de la niñita, un tono de preocupación y sorpresa aún bien grabado en su voz. Pero no pudo hacerle caso. La puerta de su habitación se cerró a sus espaldas, y su cuerpo se dejó caer de cara sobre su camita.
Los segundos pasaron, y unos extraños gemiditos comenzaron a escapar de su propio pecho. Gemiditos que le obligaron a llevarse las manitos al rostro y hacerse un ovillito, un mar escapando de sus ojitos.

Jamás supo como el peliazul había alejado a la chica, mucho menos que esta desesperó cuando los guardias le fueron a bajar del escenario.

Se quedó muy quietito en su capullo, envuelto entre sabanitas y sus propios brazos, su rostro entre sus manitos y las almohadas a las cuales abrazaba contra si.
Los gemiditos ya se habían apagado, pero sus ojitos no dejaban de llenarse de aguita. Por más que intentaba retenerlo, al parpadear, las lagrimitas caían, y mojaban tanto sus almohaditas como su carita.

Si bien su niño le había enseñado a sentir amor y alegría, con ello también había tenido que venir el otro lado de la moneda. Y lo peor de todo es que era por celos-- por bobos celos de un bobo pelinegro que no quería compartir a su peliazul con nadie. Pero como no iba a hacerlo, si el sueño de su niño era ser un gran violinista? Si siempre estaría en escena y practicando, como por sus bobos sentimientos iba a enjaularle como un avesita que necesitaba volar?

Sus ojitos se entrecerraron, perdidos en la oscuridad bajo las sabanas. Su corazón ardía de amor, y rabia. Pero era consigo mismo o era hacia aquella niña? O, peor aún, hacia el peliazul...?
Negó con la cabeza ante si mismo. No debía pensar en esas cosas, no no.
Las horas pasaron, y supo que el concierto ya había terminado porque la castaña había ido a tocar a su puerta, ofreciéndole galletitas en un tono algo quebrado. Supo que se quedó ahí paradita un buen rato antes de darse por vencida ante la idea de que el pelinegro no diría palabra.